domingo, 28 de octubre de 2012

2 - La vivienda







Hogar de fuego bajo, alimentado con leña,
en la vivienda de mi abuelo.


2 - La vivienda


En general las casas estaban construidas con materiales pobres, como en todos los pueblos circundantes. Si os vais percatando al leer este trabajo, las palabras pobre, pobreza, miseria… parecen redundantes, pero era la realidad de aquella España en la que vivieron nuestros antepasados, hasta la época de los abuelos, con pocas diferencias generacionales. Con nuestros padres parece que sobrevino ya una cierta renovación hacia la modernidad.

Para la construcción de viviendas, normalmente se empleaba para las paredes la piedra sin labrar, material muy abundante en el entorno, unidas entre sí mediante una argamasa compuesta de agua, barro y paja, pero como a dichos muros se les daba un grosor de medio metro los hacía muy resistentes al paso e inclemencias del tiempo, a la vez que aislaban las casas de la climatología exterior.

Otro material de construcción era el adobe fabricado a partir de un molde de madera, relleno de arcilla húmeda mezclada con paja y dejado a secar al sol, una vez desmoldado. Las personas que vivimos en Cucalón en la primera mitad del s. XX, todavía recordamos el lugar donde se hicieron los últimos adobes, en el camino del Molino Bajo, junto a una balsa existente al pie de una loma de arcilla. Y de este mismo yacimiento se surtían los vecinos para coger la tierra que se empleaba como pavimento para apisonar los patios.

Pocos restos quedan de paredes de tapial. Sólo permanecen algunos en parideras o pajares, por lo que se supone que por alguna circunstancia este sistema ya había sido abandonado en Cucalón cuando yo empecé a tener conocimiento del mundo que me rodeaba. Este tipo de construcción se realizaba levantando directamente la pared con grandes moldes de tablones, ajustados a ambos lados con estacas y rellenando el hueco con una masa de agua, barro o arcilla y paja, como la empleada para los adobes y dejando secar esta masa, sin quitar los moldes, hasta que tomaba consistencia.

La norma establecida para esta comarca, era construir a piedra vista sin más remate. En todo caso las fachadas se enlucían con una lechada de cal para tapar imperfecciones y cubrir las uniones de las piedras. En algunas ocasiones como signo de modernidad y perfeccionamiento, estas paredes frontales se revocaban con una argamasa de cal y arena para tapar la piedra, lo cual les confería una mayor consistencia. Los tabiques se cubrían con yeso.

La cal era usada como elemento purificador, tanto de habitaciones como de fachadas, ya que se trata de una sustancia cáustica. Recuerdo perfectamente la tradición de blanquear con cal la pieza –dormitorio o alcoba- de los difuntos, inmediatamente después del entierro. Y otro tanto se hacía en todo el pueblo, después de epidemias o sospechas de que las pudiera haber.

Pero en todo caso periódicamente, el alcalde hacía saber a todo el pueblo, por medio de un bando, que el blanqueo de fachadas con cal era una norma de obligado cumplimiento decretada por orden superior, con el fin de que todas las edificaciones se mostrasen de color blanco como ornato y como medida sanitaria preventiva.

Normalmente cada vivienda era una pequeña casa de dos plantas y solamente algunas tenían una tercera altura. En la planta baja un amplio patio daba entrada a alguna habitación empleada como dormitorio y a la cocina. Esta era la habitación principal de la casa, pues hacía las veces de hogar, recibidor, cuarto de estar y comedor. El hogar de fuego bajo, alimentado con leña solía estar sobre una base de chapa, o losas o ladrillos en los más rústicos, para terminar junto a la pared del fondo que a veces se protegía con losas o con una plancha de hierro fundido con relieves de personas o paisajes muy diversos, que al resplandor de las llamas le conferían al ambiente una sensación de bienestar. Este contorno se cerraba con el rodafuegos también de hierro, que servía para apoyar las lorigas, las tenazas de atizar, algunas veces el fuelle y para proteger el resto del hogar de cenizas, hojarascas y tizones.

A ambos lados del hogar había sendos bancos para sentarse que podían ser de madera o de obra y en algunos casos, una piel de oveja o cabra cubría los asientos como una austera muestra de comodidad. Detrás de uno de estos bancos, en la pared o en el mismo respaldo, solía haber un armario con varios aparadores, aquí llamados "paretaños", para guardar el pan, la sal o el aceite y cuya puerta, abatible sobre el banco, servía de mesa en la que se comía en algunas ocasiones. La parte trasera del otro servía de leñero.

La comida habitualmente se realizaba sobre una mesa de patas cortas que se ponía encima de la chapa del hogar y los comensales sentados en los bancos, se acercaban desde ambos laterales para tomar el bocado de la fuente común o directamente de la sartén y retirar la espalda nuevamente hacia el respaldo del banco. El mejor sitio del hogar se reservaba para el cabeza de familia. La mujer comía de pie, o arrodillada sobre el escalón, en el lado de fuera del hogar, no como una humillación a su persona, sino para tener un fácil acceso a los utensilios y a las nuevas viandas. Al lado de la cocina solía estar la recocina, donde se efectuaban los trabajos de limpieza y en la que se guardaban la vajilla y demás enseres.

En algunas viviendas, por un pasillo se llegaba a la cuadra para las caballerías con un "pajera" donde dormían los pastores, los criados o los agosteros y en más de una ocasión los mismos mozos de la casa. Al ser las familias bastante numerosas, no se tenía sitio para dormir todos en camas, catres o jergones.

Saliendo de la cuadra, estaba el corral grande o pequeño según la posición económica de la familia. Allí convivían las aves domésticas y los conejos. La "choza" era un pequeño cubículo dentro del corral, destinado a la cría de los cerdos. Solía haber otro local anexo denominado "cubierto" para el ganado lanar, con un piso superior destinado para la paja, “fencejos”, pipirigallo o cualquier otro tipo de pienso para los animales.

En la planta superior de la casa se habilitaba alguna habitación como dormitorio y el resto denominado granero, se empleaba para almacenar la cosecha, "jorear" los jamones y mantener a la temperatura más fresca los productos de consumo que se podían guardar durante algún tiempo sin estropearse. Costaba mucho esfuerzo subir el grano a este piso, pues las escaleras no eran de mármol.

Donde existía la tercera planta, servía de desahogo para almacenar utensilios no utilizados, como aperos viejos u otros trastos como cribas o jergones. Al ser de los más pudientes, también se usaba como granero, donde se almacenaba una parte de la cosecha. En las casas de dos plantas, a veces había una pequeña altura a la que se llegaba mediante una escalera de mano por una abertura practicada en el techo. A este recinto se le denominaba la “falsa”.
        
En general la vivienda era pobre y escaseaban los muebles y las comodidades. Había pocos armarios, por lo que la ropa se guardaba en arcones y baúles. Tampoco existían motivos de decoración en las paredes. Como máximo un cuadro que representaba la Última Cena en la habitación considerada como el comedor y en el dormitorio alguna imagen enmarcada del santo más venerado de la casa, toda ella cagada por las moscas que denotaba el paso del tiempo, con alguna fotografía de la familia sujeta entre los laterales de cualquiera de los dos ángulos inferiores del marco.

Y esto era todo.

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