Una orza junto al hogar
3 - La alimentación
Cuando decíamos anteriormente que
algunos hábitos o costumbres no habrían variado mucho desde la repoblación, o
quizá incluso con anterioridad, la alimentación cotidiana era una de ellas.
La base
principal era el pan y cuando no faltaba, al menos era un remedio seguro contra
el hambre, pues siempre se podía acompañar con frutos secos, olivas, cebolla,
pimientos, con un chorro de aceite, o remojado en vino o en "sopeta".
Aunque los
horarios para su ingestión no eran coincidentes con los de ahora, habitualmente
se realizaban a diario las tres comidas principales, en base a productos
corrientes con los que se autoabastecían. Del campo, como cereales, legumbres y
patatas; del huerto con verduras, hortalizas y frutas; y el escaso aporte de
proteínas, se realizaba a través de la carne del cerdo y los animales de corral
y en alguna ocasión con la de cordero, oveja o cabrito. El pescado fresco era
muy difícil de conseguir y alguna vez un ambulante vendía "sardineta"
que se consideraba un lujo no al alcance de todos. Ocasionalmente se comía
bacalao o arenques en salazón que llamábamos “sardinas rancias", lo cual
casi era un festín.
Los
alimentos silvestres no se despreciaban a la hora de comerlos y así se
consumían collejas, cardillos, estancos, husillos, túcar y setas; la carne de
conejos, liebres, perdices, codornices y barbos y cangrejos de la Huerva o de
la fuente del Cañizar; postres como la miel de enjambres que siempre había en
los troncos de los chopos del Río o de la Huerva; moras y ciruejas bordes y no debemos
olvidarnos del té del Peñiscoso para infusiones.
El menú para
un día cualquiera podía ser similar a lo siguiente:
Almuerzo
Patatas
cocidas apañadas con alguna chichorreta. O bien migas o farinetas.
Comida
Cocido de
garbanzos o judías blancas, aliñado con algún hueso de cerdo o gallina y
acompañado de bola o morcilla y un trozo de tocino o careta de cerdo, que sin
ser cuantioso se repartía entre todos los comensales de la forma más racional
posible. Y todo ello mientras había existencias en el granero, que
desgraciadamente no eran eternas.
Se acompañaba
habitualmente con una ensalada de lechuga, escarola o col, según la época,
costumbre que todavía perdura en muchas familias. En Luesma, mi pueblo de nacimiento, a
la ensalada le agregaban unas pocas hojas de mastuerzo, que es una planta
parecida a la acedera aunque de distinto sabor. La cultivaban en unas pequeñas
eras en los huertos, de donde iban cogiendo los tallos empezando por una
esquina hasta llegar al final. En este momento ya habían retoñado los
recolectados al principio y vuelta a empezar.
Si eran
fiestas o había invitados era la ocasión para matar un pollo o conejo, que
servía como complemento extraordinario al primer plato.
Cena
Sopas de
ajo, que como lujo añadido podían llevar algún huevo revuelto y como
complemento una tajada de tocino para poner entre el pan o una tortilla o un
huevo frito. También podía ser cualquiera de los alimentos nombrados para el
almuerzo, pero variándolo para la cena.
Y en ninguna
de las comidas se tomaba postre.
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