domingo, 28 de octubre de 2012

3 - La alimentación





Una orza junto al hogar


3 - La alimentación

Cuando decíamos anteriormente que algunos hábitos o costumbres no habrían variado mucho desde la repoblación, o quizá incluso con anterioridad, la alimentación cotidiana era una de ellas.

La base principal era el pan y cuando no faltaba, al menos era un remedio seguro contra el hambre, pues siempre se podía acompañar con frutos secos, olivas, cebolla, pimientos, con un chorro de aceite, o remojado en vino o en "sopeta".

Aunque los horarios para su ingestión no eran coincidentes con los de ahora, habitualmente se realizaban a diario las tres comidas principales, en base a productos corrientes con los que se autoabastecían. Del campo, como cereales, legumbres y patatas; del huerto con verduras, hortalizas y frutas; y el escaso aporte de proteínas, se realizaba a través de la carne del cerdo y los animales de corral y en alguna ocasión con la de cordero, oveja o cabrito. El pescado fresco era muy difícil de conseguir y alguna vez un ambulante vendía "sardineta" que se consideraba un lujo no al alcance de todos. Ocasionalmente se comía bacalao o arenques en salazón que llamábamos “sardinas rancias", lo cual casi era un festín.

Los alimentos silvestres no se despreciaban a la hora de comerlos y así se consumían collejas, cardillos, estancos, husillos, túcar y setas; la carne de conejos, liebres, perdices, codornices y barbos y cangrejos de la Huerva o de la fuente del Cañizar; postres como la miel de enjambres que siempre había en los troncos de los chopos del Río o de la Huerva; moras y ciruejas bordes y no debemos olvidarnos del té del Peñiscoso para infusiones.

El menú para un día cualquiera podía ser similar a lo siguiente:

Almuerzo
Patatas cocidas apañadas con alguna chichorreta. O bien migas o farinetas.

Comida
Cocido de garbanzos o judías blancas, aliñado con algún hueso de cerdo o gallina y acompañado de bola o morcilla y un trozo de tocino o careta de cerdo, que sin ser cuantioso se repartía entre todos los comensales de la forma más racional posible. Y todo ello mientras había existencias en el granero, que desgraciadamente no eran eternas.

Se acompañaba habitualmente con una ensalada de lechuga, escarola o col, según la época, costumbre que todavía perdura en muchas familias. En Luesma, mi pueblo de nacimiento, a la ensalada le agregaban unas pocas hojas de mastuerzo, que es una planta parecida a la acedera aunque de distinto sabor. La cultivaban en unas pequeñas eras en los huertos, de donde iban cogiendo los tallos empezando por una esquina hasta llegar al final. En este momento ya habían retoñado los recolectados al principio y vuelta a empezar.

Si eran fiestas o había invitados era la ocasión para matar un pollo o conejo, que servía como complemento extraordinario al primer plato.
        
Cena
Sopas de ajo, que como lujo añadido podían llevar algún huevo revuelto y como complemento una tajada de tocino para poner entre el pan o una tortilla o un huevo frito. También podía ser cualquiera de los alimentos nombrados para el almuerzo, pero variándolo para la cena.

Y en ninguna de las comidas se tomaba postre.

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